Taiwán: 4 claves que explican la profunda transformación de la isla de un país pobre y autoritario a una próspera democracia
Taiwán ha protagonizado dos “milagros” en su corta historia como país independiente. El más conocido es el económico: pasó de ser una isla dedicada a la agricultura a una potencia global en tecnología. Y en paralelo, el “milagro” político: evolucionó de una sangrienta dictadura militar a una de las democracias más íntegras y transparentes de Asia y el mundo, lo que permitió este sábado a los taiwaneses elegir con libertad a su nuevo presidente, William Lai.
Pero, ¿cómo ha llegado Taiwán hasta aquí? Antes de analizarlo, vamos a dar un brevísimo repaso a su historia hasta 1949. Situada unos 160 kilómetros de la costa del sureste de China y con un tamaño de algo más de una tercera parte de Cuba, esta isla fue habitada durante siglos por tribus indígenas y bautizada como Formosa (hermosa) por exploradores portugueses en el siglo XVI. Se integró en el imperio chino desde el siglo XVII hasta que Japón se la anexionó en 1895 y la gobernó en las siguientes décadas. Tras la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial en 1945, retornó a China bajo el mando del partido nacionalista Kuomintang (KMT) del general Chiang Kai-shek. Cuando los comunistas de Mao Zedong ganaron la guerra civil china en 1949, el derrotado Chiang y lo que quedaba del Kuomintang huyeron a Formosa, donde se proclamaron como el gobierno legítimo chino, instauraron un régimen dictatorial y denominaron al país República de China, su nombre oficial hasta hoy. Estas son las 5 claves del desarrollo político y económico que, desde entonces, ha logrado Taiwán. La derrota del KMT en 1949 fue todo un shock demográfico para Taiwán, que vio aumentar su población un 25% en un solo año. Desde la China continental llegaron en masa a la isla unos 2 millones de personas, entre ellas 600.000 soldados. Por entonces su producto interno bruto per cápita era inferior a US$1.500, comparable al de algunas naciones africanas. Su economía estaba enfocada casi por completo a la agricultura como herencia de la colonización japonesa, que usaba a Formosa como un importante granero para su agresiva expansión colonial de la primera mitad del siglo XX. Pero la productividad era limitada: la mayoría de campesinos trabajaban como jornaleros y el 10% de los propietarios poseían el 60% de las tierras cultivables. El régimen del “generalísimo” Chiang Kai-shek emprendió en esa década una reforma agraria radical en la que sustrajo parcelas de tierra a los dueños de más de 3 hectáreas y se las otorgó a pequeños agricultores. Con el incentivo de poseer su propio terreno, los nuevos propietarios invirtieron progresivamente en mejores sistemas de riego, equipos mecanizados y fertilizantes. Así, en la década de 1960 se duplicó el valor de la producción agrícola de Taiwán, que se convirtió en un importante exportador de arroz, azúcar, plátanos o té. Entonces llegó el siguiente paso: con los réditos de las exportaciones agrícolas, el régimen puso su foco en la industrialización del país para reemplazar bienes importados por productos de fabricación local. “El despegue del crecimiento del PIB respondió a la creciente economía exportadora de Taiwán, que pasó de la agricultura a fabricar bienes de consumo como bicicletas, muñecas, juguetes, zapatos o ropa, el tipo de cosas por las que el país se hizo conocido en los años 80 y 90”, explica a Mundo Noticias el historiador estadounidense de origen taiwanés James Lin, de la Universidad de Washington. Y, para atraer inversores extranjeros, el gobierno gravó las importaciones, incentivó fiscalmente a las empresas que vendieran al exterior y creó en 1966 la primera zona procesadora de exportaciones de Taiwán con parcelas, energía y mano de obra cualificada baratas. En solo dos años, la zona alcanzó su máxima capacidad con más de 50.000 trabajadores de 120 empresas de electrónica de consumo, entre ellas IBM, Phillips y Texas Instruments. En paralelo, muchos campesinos se dedicaron a construir talleres en las parcelas que les había dado el gobierno para fabricar productos de empresas japonesas que les suministraban materiales, equipos y conocimientos técnicos a cambio de unos bajos costos de producción. En su momento más álgido, entre las décadas de 1970 y 1980, Taiwán llegó a ser el mayor fabricante de calzado deportivo y paraguas en el mundo, y uno de los principales exportadores de textiles. En 1975 murió Chiang Kai-shek y tomó el poder su hijo Chiang Ching-kuo, que inició una campaña masiva de construcción de infraestructuras. En solo cinco años se levantaron un aeropuerto moderno, dos puertos, dos líneas ferroviarias, la primera autopista del país y una central nuclear, una refinería petroquímica, una planta siderúrgica y un astillero, entre otras instalaciones. Estos proyectos sentaron las bases del avance de Taiwán hacia una economía desarrollada y su posterior salto tecnológico: “Cuando realmente la economía taiwanesa despegó del todo, fue en los años 1980”, afirma el profesor Lin. Así, el país se convirtió en uno de los cuatro "tigres asiáticos" -junto a Corea del Sur, Hong Kong y Singapur- cuyas economías despuntaron con crecimientos de más del 7% anual del PIB entre los años 1960 y 1990. Para abandonar su economía agraria y completar con éxito la rápida industrialización, el país necesitaba abundante mano de obra cualificada. Por suerte contaba con ella, y esto se atribuye en parte a la herencia de la colonización japonesa. “La educación era importante para el Imperio Japonés, que hizo obligatoria la educación primaria y secundaria en Taiwán, y también fomentó la inscripción en la formación superior y universitaria”, explica el profesor de la Universidad de Washington. El número de matrículas escolares en Taiwán había pasado de apenas 10.000 a principios del siglo XX a casi un millón hacia 1945. Ya bajo dominio del KMT, en las décadas de 1950 y 1960 el régimen se embarcó en la misión de ampliar y mejorar el sistema educativo en todos los niveles, con énfasis en las áreas científicas y técnicas para promover el desarrollo agrario e industrial. Esto dio lugar a nuevas generaciones de científicos, ingenieros y trabajadores cualificados que obraron el salto industrial y tecnológico, permitiendo al país ascender en la cadena de valor de la manufactura mundial. El profesor Lin también destaca la influencia de este factor en la internacionalización de las empresas taiwanesas, que en apenas dos décadas pasaron de fabricar productos para el mercado local a exportar a prácticamente a todos los países del mundo. “Por ejemplo, muchas de las familias trataban directamente con clientes o proveedores occidentales y tenían que usar el inglés, algo que hubiera sido imposible si no contaran con una buena formación”, indica. En la década de 1970 se presentaron algunas dificultades para Taiwán. El impacto de la Crisis del Petróleo de 1973 en forma de inflación y el progresivo aumento de los salarios de los trabajadores taiwaneses, entre otros factores, restaron competitividad al país, que decidió apostar por un sector cada vez más prometedor: la tecnología. Tanto el gobierno como el sector privado dedicaron importantes inversiones al desarrollo de nuevas industrias como la electrónica, los semiconductores y la tecnología de la información. Fue crucial la creación en 1973 del Instituto de Investigación de Tecnología Industrial, que funcionó como " una incubadora que atrajo a Taiwán a científicos e ingenieros con talento de todo el mundo para que crearan empresas con apoyo público y financiación privada”, explica el profesor Lin. El éxito de este proyecto cristalizó en 1980 en el nuevo Parque Científico de Hsinchu, inspirado en el estadounidense de Silicon Valley. Allí nació el mayor fabricante de chips del mundo: TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company). Esta empresa, junto a United Microelectronics Corporation, situaron a Taiwán como número uno en semiconductores, con más de la mitad de la producción mundial de chips avanzados en las siguientes décadas. A finales de los años 1980, el fuerte desarrollo del país había encarecido la mano de obra, a lo que se sumó una mayor libertad para mover capitales gracias a la reciente democratización del país. Esto llevó a TSMC y muchas otras firmas taiwanesas a desplazar parte de su producción -pese a la enemistad histórica- a la que sería la nueva fábrica del mundo: la China continental. El gigante asiático, que había aplicado reformas para impulsar su economía, logró cortejar a las lucrativas empresas de la isla. Tomando el ejemplo de Taiwán en las décadas anteriores, China ofrecía a los inversores extranjeros exenciones fiscales, terrenos a bajo coste y mano de obra abundante y barata. A principios de la década de 1990 las firmas taiwanesas contaban con unas 4.000 fábricas que empleaban a más de 2 millones de trabajadores en la China continental. Con esta lucrativa estrategia, Taiwán logró consolidarse como potencia tecnológica mundial. Y también fue clave para el desarrollo de China, hasta tal punto que en 2005 siete de los diez principales exportadores de productos chinos eran, en realidad, empresas taiwanesas. Más recientemente, el aumento de los costes laborales y desaparición de incentivos fiscales en China, unido a las tensiones políticas con Taiwán, han llevado a muchas corporaciones taiwanesas a trasladar parte de sus fábricas a Vietnam y a otras naciones del sudeste asiático. “A Taiwán le benefició estar cerca de China, invertir en China, y ahora es un poco como la historia de Fausto: después de vender el alma al diablo, ahora cómo sales de la dependencia que tienes de ese mercado”, declara a Mundo Noticias la investigadora Alicia García Herrero, especialista en Asia Oriental En paralelo al desarrollo económico, la política del país transitó de una sangrienta dictadura a una democracia. Incluso antes de perder la guerra y confinarse en la isla, el KMT de Chiang Kai-shek aplicó un régimen dictatorial que iba a durar hasta finales de los años 80. En 1947 comenzó uno de los períodos más oscuros de la historia del país: el conocido como “Terror Blanco”, en el que las autoridades perseguían a supuestos comunistas o colaboradores de China. Asesinaron a decenas de miles de personas y encarcelaron a al menos 140.000 en las siguientes cuatro décadas, según estimaciones. Durante este período Taiwán se mantuvo bajo la ley marcial, la más larga de todo el siglo XX, que restringió severamente las libertades políticas y civiles. El Terror Blanco, que fue especialmente duro en las primeras dos décadas, creó un ambiente generalizado de paranoia, desconfianza y delaciones. “El gobierno alertaba de que había comunistas en la sociedad y que todos tenían la responsabilidad de informar, por los que muchos delataban en secreto a sus vecinos o familiares”, indica el profesor Lim. Pero, agrega, “muchas de estas personas eran inocentes y aun así eran encarceladas, interrogadas en secreto y a veces asesinadas”. Durante las cuatro décadas de dictadura, las autoridades taiwanesas encontraron resistencia de parte de la sociedad que exigía un giro democrático. “La sociedad tenía ya una larga tradición democrática, porque desde la época de la colonización japonesa, e incluso después, estaban acostumbrados a votar en elecciones libres a nivel local y de distritos”, puntualiza el profesor Lin. Además, explica que incluso dentro del Kuomintang había intelectuales que no estaban de acuerdo con la aplicación permanente de la ley marcial en el país. Un importante hito fue el incidente de Kaohsiung en diciembre de 1979, cuando el gobierno reprimió con dureza a activistas que habían organizado una manifestación pro democracia, lo que atrajo la atención internacional y, según expertos, agilizó las posteriores reformas. La presión internacional también jugó un papel importante, especialmente desde que la ONU expulsara a Taiwán en 1971 y la mayoría de países del mundo cortaran relaciones diplomáticas con el país tras reconocer a Pekín como el gobierno legítimo de China. “Hubo un empujón muy fuerte de Estados Unidos para seguir apoyando a Taiwán después de abandonarlo en 1979, pero a cambio de un giro democrático”, explica García Herrero. En todo caso, un importante primer paso fue la llegada al poder de Chiang Ching-kuo tras la muerte de su padre en 1975. Aunque al principio mantuvo el régimen autoritario, el segundo y último de la dinastía Chiang inició un proceso de liberalización política en la década de 1980, levantó finalmente la ley marcial y autorizó nuevas fuerzas políticas, lo que allanó el camino hacia un sistema multipartidista. La contribución más decisiva de Chiang Ching-kuo -quien murió en 1988- fue nombrar a Lee Teng-hui, un taiwanés nativo, como su sucesor, lo que permitió una transición pacífica del poder y la consolidación de Taiwán como una democracia ya en los años 90. “Lee Teng-hui era un gran demócrata y él ayudó a que esto ocurriera”, afirma la investigadora Alicia García Herrero. La culminación de todos estos avances fue la primera elección presidencial directa en 1996, el paso definitivo en la transición de Taiwán a la democracia plena que permitió, el pasado sábado, una contienda justa entre los candidatos a gobernar el país. Haz clic aquí para leer más historias de Mundo Noticias