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"No creo que en Alemania lloráramos tanto a las víctimas del Holocausto como a nosotros mismos": Katharina Volckmer

"En nuestro pueblo no había un solo judío, ni un recuerdo siquiera de que hubiesen vivido alguna vez allí; nada más ese extraño silencio alemán que he llegado a temer por encima de ninguna otra cosa. Esa forma de fingir que todo había quedado engullido por las ruinas". Esa es una de las numerosas reflexiones que hace la joven alemana que, sentada en la silla de reconocimiento de un médico judío en Londres, protagoniza la novela “La cita”, de la escritora Katharina Volckmer, que ha sido publicada en más de 15 idiomas, incluido el español. Quiere dejarlo todo atrás, desde el ser alemana y la responsabilidad por la Shoah -la palabra hebrea que define la catástrofe del Holocausto- hasta sus genitales femeninos, que detesta. Incluso el pan alemán.

A lo largo de un extenso monólogo, habla de sí misma y de sus neurosis, de todo lo que le indigna del mundo. El sexo, la perversión, la culpa, la vergüenza, el cuerpo, la autora lo hila todo a través de descripciones críticas, perspicaces y muchas veces divertidas. Mundo Noticias conversó con Katharina Volckmer en el marco del Hay Festival de Arequipa, que se celebra del 9 al 12 de noviembre en esa ciudad peruana. En el libro, la protagonista afirma que los alemanes nunca hicieron un duelo, ¿crees que es cierto? Sí, creo que es verdad. Pero también creo que es una ilusión y una completa tontería, si se piensa en la desnazificación. Una cosa que me interesa mucho es, por ejemplo, los niños que fueron a la escuela durante el Tercer Reich. Son personas dañadas, toda una generación a la que le lavaron el cerebro. Uno no se levanta una mañana y eso ya no existe, ha desaparecido. Es por eso que pienso que se trata de una ilusión extraña que quizá también se necesite para poder continuar adelante de alguna manera. Creo que lo de poner el reloj a cero y empezar de nuevo es algo que lleva mucho tiempo. Y que hay muchas cosas que no se han procesado, y personas que siguen bloqueando lo que ocurrió por miedo a enfrentarlo. La protagonista también reflexiona sobre “ese extraño silencio alemán”. ¿Por qué crees que se produce este silencio en un país lleno de monumentos conmemorativos para recordar el pasado? Por supuesto que están todos los monumentos conmemorativos. Tampoco quiero decir que no se haya hecho nada. Tenían que hacerlo. Pero pienso que en Alemania hay ciertos temas de la historia que aún son muy difíciles, de los que no se habla. No es común que la gente hable abiertamente de su propia familia o sepa exactamente lo que ocurrió durante la guerra. Prefieren pasar por alto cosas como que existe, por ejemplo, esta extraña obsesión en Alemania de gente a la que le gusta buscar si tenía alguna abuela judía para poder identificarse como judío. Ese anhelo por conseguir estar en el lado bueno de la historia de alguna manera. También tengo la sensación de que existe una versión oficial de la historia que está en los libros de texto y se ve cuando se visita un campo de concentración... pero eso es todo. Me parece que realmente se habla poco de personas judías. En mi caso, por ejemplo, tengo que reconocer con vergüenza que hace poco que leí a Primo Levi (escritor italiano de origen judío) y me pregunté por qué no lo habíamos leído en la escuela. ¿Crees que las nuevas generaciones procesan el pasado alemán de forma un poco diferente? Creo que les interesa menos y que en realidad mi generación es la última que todavía tiene abuelos que vivieron en esa época, que todavía conocen a gente, a autores y víctimas mayores. Las siguientes generaciones cada vez tienen menos esa conexión personal y ya no quieren tratar el tema. Esa es mi sensación. Sólo hay que ver a los jóvenes que votan a AfD (partido de extrema derecha Alternativa para Alemania). No es algo que uno se esperaría. Se ha vuelto a hablar de cosas de las que no pensé que se volvería a hablar. Aunque es verdad que al menos por ahora se mantiene todo a un nivel lingüístico; no es que vayan a los campos de concentración y digan que no eran así. Lo hacen a otro nivel. Pero creo que esta necesidad de fascismo siempre ha existido. Cuando yo era joven, existía el NPD (Partido Nacionaldemócrata de Alemania), que eran realmente neonazis. Creo que siempre hay una parte de la población que lo ve como algo bastante cool. No todo el mundo piensa que la dictadura fue mala. En este momento esto se ha fortalecido y es preocupante, pero insisto en que en parte se debe a que no hubo un trabajo para procesar todo lo sucedido. Si hubo una generación a la que no le gustaba hablar del tema y después a la nueva generación no le interesa, ¿ha habido realmente alguna generación que hablara sobre lo ocurrido? En el libro siempre se habla de la incapacidad de hacer el duelo. Pero si se miran los años 70, por ejemplo, se hicieron cosas atrevidas. Creo que entonces fuimos más valientes a la hora de tratar el tema. También por el juicio contra (el criminal de guerra nazi) Adolf Eichmann. Por supuesto, hubo algo así, pero siempre me ha parecido que en realidad llorábamos por nosotros mismos. No creo que lloráramos tanto a las víctimas como a nosotros mismos. Eso es algo que echo de menos. Entonces, ¿crees, como dice tu protagonista, que quienes han nacido en Alemania “no pueden escapar de su pasado y ponerse sin más a cultivar flores alegres en el jardín”? ¿Hasta qué punto es posible huir del pasado? Ahora diría que no es posible huir del pasado, aunque algunos no estén de acuerdo. Pero a mí me interesan las continuidades: cómo continuar después de haber vivido algo parecido a una dictadura. No somos el único país que tuvo una dictadura, pero me parece, por ejemplo, que todavía vemos muchas cosas con gafas fascistas. La gente vuelve a tener una extraña necesidad de patriotismo y nacionalismo en toda Europa y en otros lugares en este momento. Creo que aquí pasa lo mismo. No se ha procesado lo suficiente lo ocurrido. Siempre pienso en que hay que tener en cuenta que de las mil personas que trabajaron en Auschwitz, solo unas 30 fueron condenadas. Mientras, también hay historiadores que afirman que los gobiernos posteriores a la guerra o los servicios secretos alemanes también protegieron muy activamente a los perpetradores. Por eso creo que hay seguir procesando todo lo ocurrido. En esa mirada al pasado, en la novela, la protagonista también dice cosas como: "Cuando era más joven, siempre pensé que la única forma de superar realmente el Holocausto era amar a un judío” La fascinación se creaba por la forma en que se enseñaba la historia, porque no había judíos vivos, al menos donde yo crecí no había ninguno. Por supuesto, había comunidades judías, incluso después del 45, pero muy pocas. Y en mi infancia no participaban en la vida social. Por eso creo que se creó una fascinación tan extraña y malsana, de que eran algo exótico, porque no había esfuerzos por hacer visible la vida judía contemporánea. Aunque eso está cambiando, por mucho tiempo la relación de Alemania y los judíos solo se dio en el ámbito de víctimas y victimarios y no a otro nivel. No sólo habla del pasado alemán, sino que también arremete contra una de las grandes pasiones germanas, el pan, al que se refiere como "la mentira del pan" y del que dice que “es un castigo de dios por todos los crímenes cometidos”. Ha sido el único chiste del libro que a mi madre no le ha hecho gracia. Ni a ella ni a muchos otros alemanes. Creo que es un ejemplo pequeño de cómo se toman a sí mismos tan en serio, y creo que muestra lo importante que es salir de tu país. Solo cuando sales ganas perspectiva, ves que muchas cosas son totalmente ridículas y otras están sobrevaloradas, incluso el pan. Hay que entender que aquello con lo que creciste no siempre es lo mejor, ni lo más importante y que más hay que respetar las diferencias en el mundo. En el libro, la historia alemana se entremezcla con lo que supone crecer como mujer y la protagonista se pregunta cosas como por qué el género es siempre el primer criterio en el que se fija todo el mundo. ¿Cómo te imaginas un mundo en el que eso no fuera así? Creo que sería un mundo hermoso, muy hermoso, porque este sistema binario crea mucha infelicidad. La mayoría de la gente existe de alguna manera en un espectro, y eso también es parte de la persistencia en estas estructuras conservadoras o fascistas que no permiten la libertad en este punto. Aunque puede dar miedo, romper con eso para mucha gente sería en realidad una liberación. Es lo que hace la protagonista. Cuando naces y te crías como mujer, muchas cosas ya están decididas por ti. No es algo que decida uno mismo. Por eso tomar las riendas sobre tu propio cuerpo es un gesto muy fuerte. El libro recoge también el existencialismo que se esconde en las cirugías de cambio de sexo. ¿Cómo crees que lo afronta la sociedad y cómo lo viven las personas que se someten a esa cirugía? Creo que desgraciadamente en la vida cotidiana hay muy poca tolerancia y siempre se hacen políticas muy baratas a costa de las personas trans. Son una minoría, una minoría de la minoría de la minoría. Y contra la que se existe mucho odio. Además, por desgracia, siempre hay historias de jóvenes que se suicidan porque sufren mucha discriminación, porque no tienen el acceso adecuado al sistema sanitario. Todavía hay mucha intolerancia y hostilidad. La gente que conozco que ha hecho la transición vive con ese miedo constante a que les quiten sus derechos, a que no les dejen vivir. A mí me intriga por qué le importa tanto a la gente algo que no tiene efecto alguno en sus vidas. Mundo Noticias habló con Katharina Volckmer en el marco del Hay Festival Arequipa, que se celebra del 9 al 12 de noviembre.